La Infanta y el unicornio

 


La Infanta y el unicornio

La niña salió a caminar por el bosque, la foresta húmeda mojaba sus pies y salpicaba sus cortas medias. Saltando charcos y esquivando mariposas seguía la trayectoria del camino marcado. Algunas aves revoloteaban alrededor como dándole la bienvenida a la chiquilla, sus manos rozaban las ramas intencionalmente y cada tanto saltaba alguna rama. El día se prometía primaveral, templado y totalmente despejado, incluso, de a ratos, surgía una breve brisa que acariciaba el rostro de la infanta. Al llegar a un sendero con arboleda la niña correteó un poco para apurar el trayecto y en un momento dado tropezó y golpeó su rodilla contra el suelo, específicamente se dio con una piedra que hirió su piel y la hizo renguear un tramo del camino. Luego, para no aburrirse, comenzó a cantar una canción infantil, a veces a viva voz, a veces como susurrando, brincando despacio, con cuidado continuó adelante hasta llegar a un pequeño arroyo donde había algunos pequeños animales como conejos, liebres, castores, gatos, pájaros, perros y hasta algún potrillo.

Se sentó un rato al borde de la orilla contemplando el cuadro general en su conjunto. De pronto todos los animales huyeron a sus respectivas cuevas, se oyó un ruido de entre los arbustos y allí lo vio, un hermoso unicornio con un cuerpo rosado y azul, sus colores suaves irradiaban la luz solar convirtiendo los colores en centellantes reflejos brillantes. Pero la niña no se asustó y respiró profundamente, emocionada se puso de pie y se dirigió hacia el unicornio. El unicornio la observaba y permaneció en su lugar, dio unos pasos más hacia el borde, ella se arrimó al lado y estiró su mano, lo acarició y luego lo abrazó consternada, el unicornio inclinó su cabeza hacia ella y se fundieron en un abrazo que duró varios minutos. El unicornio profirió algunos gemidos como intentando hablar y la pequeña le espetó: -Eres muy bello, ¿De dónde vienes? El unicornio, como comprendiendo lo dicho, levantó la cabeza hacia el cielo y luego la miró con sus ojos afligidos. Ella lo tomó de su lomo y el unicornio se sentó esperando que ella se subiera, y así lo hizo; el unicornio se puso de pie, de pronto extendió sus alas y comenzó a aletear, ella lo cogió de su único cuerno y levantó vuelo alejándose. 
Nunca más supieron de ellos.