"Amor perdido" por Miguel D'Addario




Amor perdido

Cuando cursaba en la escuela la etapa final de la primaria, y apenas tenía unos 11 años, solía ir de vacaciones a la casa donde vivía mi madre. Allí aprovechaba para buscar algún trabajo de verano, temporal, y por las tardes iba a jugar al fútbol con amigos y flirtear a las chicas del barrio. Una tarde la conocí, ella era de mi edad, tenía un hermano más pequeño y vivía como a tres calles de mi casa. Su casa tenía una gran entrada, tipo jardín, con flores y plantas, estaba pintada de blanco con ventanas de madera y se veía impecable; había un perro mediano que jugueteaba con los visitantes. Nunca entré, y nunca me invitaron a pasar porque siempre me encontraba con ella sobre la vereda de su casa, o en la panadería o en el almacén, comprando el pan y la leche que su madre le pedía como un mandado. Así pasaron los días y fuimos haciéndonos amigos del barrio, nos veíamos casi todos los días, jugando rayuela, a la paleta-pelota, andando en bicicleta, contando cosas de la escuela y jugando con nuestras miradas de niños ingenuos. Pasadas unas tres semanas me dije a mí mismo, -Hoy me voy a declarar su novio, y así lo decidí. Al llegar ella estaba llorando, su madre la había regañado porque perdió el dinero de los mandados, así que le di las monedas que me quedaban del vuelto de una compra que había hecho. Ella se rio, las tomó y me besó en la mejilla. Así nos declaramos novios desde ese día, y cada vez que nos veíamos éramos novios, para los amigos éramos novios, y todo el mundo en tono burlón nos decían: -Ahí van los novios. Yo era feliz y creo que ella también, me sentía querido y alguien en quien pensar, era fabuloso.
Pasado un mes le dije que nos casaríamos, ella aceptó y así nos reímos a carcajadas; -Le prometí: Tendremos muchos hijos y una casa grande, te compraré flores y dulces; luego nos abrazamos hasta fundirnos. Me fui una semana de vacaciones a la playa y regresé. Al retorno la fui a buscar, contento y con una flor, y al llegar a su casa todo estaba cerrado, el jardín desprolijo y desordenado, golpeé las manos y toqué el timbre; una vecina que pasó me dijo: -Se mudaron querido, hace tres días… Nunca lloré tanto en mi vida.

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La Infanta y el unicornio

 


La Infanta y el unicornio

La niña salió a caminar por el bosque, la foresta húmeda mojaba sus pies y salpicaba sus cortas medias. Saltando charcos y esquivando mariposas seguía la trayectoria del camino marcado. Algunas aves revoloteaban alrededor como dándole la bienvenida a la chiquilla, sus manos rozaban las ramas intencionalmente y cada tanto saltaba alguna rama. El día se prometía primaveral, templado y totalmente despejado, incluso, de a ratos, surgía una breve brisa que acariciaba el rostro de la infanta. Al llegar a un sendero con arboleda la niña correteó un poco para apurar el trayecto y en un momento dado tropezó y golpeó su rodilla contra el suelo, específicamente se dio con una piedra que hirió su piel y la hizo renguear un tramo del camino. Luego, para no aburrirse, comenzó a cantar una canción infantil, a veces a viva voz, a veces como susurrando, brincando despacio, con cuidado continuó adelante hasta llegar a un pequeño arroyo donde había algunos pequeños animales como conejos, liebres, castores, gatos, pájaros, perros y hasta algún potrillo.

Se sentó un rato al borde de la orilla contemplando el cuadro general en su conjunto. De pronto todos los animales huyeron a sus respectivas cuevas, se oyó un ruido de entre los arbustos y allí lo vio, un hermoso unicornio con un cuerpo rosado y azul, sus colores suaves irradiaban la luz solar convirtiendo los colores en centellantes reflejos brillantes. Pero la niña no se asustó y respiró profundamente, emocionada se puso de pie y se dirigió hacia el unicornio. El unicornio la observaba y permaneció en su lugar, dio unos pasos más hacia el borde, ella se arrimó al lado y estiró su mano, lo acarició y luego lo abrazó consternada, el unicornio inclinó su cabeza hacia ella y se fundieron en un abrazo que duró varios minutos. El unicornio profirió algunos gemidos como intentando hablar y la pequeña le espetó: -Eres muy bello, ¿De dónde vienes? El unicornio, como comprendiendo lo dicho, levantó la cabeza hacia el cielo y luego la miró con sus ojos afligidos. Ella lo tomó de su lomo y el unicornio se sentó esperando que ella se subiera, y así lo hizo; el unicornio se puso de pie, de pronto extendió sus alas y comenzó a aletear, ella lo cogió de su único cuerno y levantó vuelo alejándose. 
Nunca más supieron de ellos.