"El Observador de narices" por Miguel D'Addario




El Observador de narices

Érase un observador empedernido, un mirón desbocado, un analista descontrolado, un obsesivo implacable; quien siempre transitaba su vida observando las narices de los seres vivos, especialmente las caras de las mujeres bellas con napias destacables.

Su mayor éxito, también, era encontrar tanto narices perfectas como narices demasiado amorfas.

Cada ser vivo que pasaba a su lado era detenidamente observado por este obsesivo fisgón.

Narices suaves, romanas o griegas, de mucho vuelo lateral o muy delgadas, excesivamente salientes o demasiado pequeñas.

Un experto analizando morros.

Mirar y mirar, analizar y concluir; así pasaba su vida este detective de napias, extrayendo e imaginando otras narices en una misma cara.

Un día vio una nariz sublime, una línea recta, un triángulo perfecto; la napia era equilibrada, simétrica, proporcionada y con una piel muy suave; una nariz con la saliente exacta, libre de deformaciones, y agraciada con un tamaño concordante.

Y fue así como el observador de narices se enamoró perdidamente de ella, de tal manera que decidió besarla, rompiendo todas las reglas de la habilidad social y las normas de convivencia de los urbanitas.

La joven mujer, poseedora de tan excelsa nariz, dio un salto hacia atrás, se asustó y arremetió contra el fisgón, propinándole una bofetada que derribó, en un traspié, al obcecado observador.

Hoy, se sabe, comentan las vecinas del barrio, que transita por el mundo un observador de labios, alguien que alguna vez fue un adorador de narices.


Un relato del libro "Relatos Revulsivos"






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